La Cotidianeidad no está desprovista, cuando consciente, de una diversidad infinita de procedimientos formales repetitivos, ritos, a menudo asombrosos, vinculados consciente o inconscientemente con el imaginario y el simbolismo, personal y colectivo, de los mitos. Hablaremos de mitologías solamente cuando los mitos resulten vinculantes para una determinada sociedad.
Elogio de la diversidad, algunas cotidianeidades son admiradas, otras toleradas, y las hay que se ven obligadas a resistir en la clandestinidad, por una lógica de supervivencia. Fue por ejemplo el caso de los moriscos de Granada en el siglo XVI. Hoy en día, casi 500 años después, siguen desgraciadamente habiendo en nuestro mundo similares conflictos, si cabe aún más dolorosos por lo anacrónicos y absurdos.
No ajenas a la distopía, en nuestras sociedades occidentales el uso de las redes sociales configura una cotidianeidad, tan falsaria como hegemónica y vigente, en un mosaico a menudo agresivo y perverso de banalidades voyeristas, que nos recuerdan a Georges Perec, cuando en 1978 refería en su novela “La vida: Instrucciones de uso”: “Me imagino un inmueble parisiense cuya fachada ha desaparecido (...) de modo que, desde el entresuelo a las buhardillas, todas las habitaciones que se encuentran delante sean visibles instantánea y simultáneamente”.
Ya en 1944 Georges Bernanos hablaba de la dictadura de la técnica, y nuestro admirado cineasta Jean-Marie Straub, a quien homenajeamos en la pasada edición del festival, dedicó su último film a dicho tema: “La France contre les robots” (2017).
¿Qué hacer pues ante la presión de la propuesta mediática que, la cual a través de la aparente inocencia de la continua y obligada descarga de aplicaciones, incluye cotidianamente el sometimiento de la humanidad a una renovada y global dictadura de la tecnología?
Tal vez quepa considerar hoy la importancia añadida de la cotidianeidad revolucionaria, como una silenciosa rebelión diaria llevada a cabo por el individuo. Por cada individuo, por las personas, cada una por sus motivos y con su estilo personal, con audacia, discreción y travesuras. Estas micro revoluciones íntimas, incluso las secretas (son las mejores), cuando ejercidas ritual y cotidianamente, pueden vehicular un respeto, veracidad y atención profunda hacia lo real más próximo, hacia lo operativamente cercano, sin perder el sentido holístico de lo universal.
El hecho de que el film de Chantal Akermann “Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles” (1976), retratando la cotidianeidad de una madre prostituta, haya sido recientemente galardonado por una de las más influyente asociación de críticos cinematográficos de todo el mundo (Sight & Sound), como el mejor film de la historia, debería ser considerado como un indicador del sentimiento colectivo de necesario retorno cinematográfico hacia la cotidianeidad y sus ritos. Una opción encomiable desde nuestro punto de vista, enfrentada quijotescamente a la del consumo dominante e insaciable de excentricidades audiovisuales.
En la historia del cine etnográfico, la atención hacia los ritos, los mitos y la cotidianeidad permitió siempre, tanto desde el punto de vista antropológico como sencillamente humano, un potencial de creatividad artística en la mirada del cineasta. El antropólogo y padre del “cinema-vérité” Jean Rouch, en su “Crónica de un verano” (1961) propuso con Edgar Morin que dicha etnografía podía evitar la tentación de lo exótico y sentimiento colonial, para situarse muy interesantemente en nuestro propio contexto social urbano, en nuestra aparente normalidad.
El dispositivo de proyección cinematográfica colectiva, en sí mismo constituye sin duda el último gran rito occidental, impunemente en vías de extinción: Un grupo de espectadores, personas entre sí desconocidas, se reúnen en una sala a oscuras, en silencio. Al poco un rayo de luz les recorre por lo alto, en el espacio tántrico de la sala de cine, por encima de sus cabezas: es entonces cuando dicha luz proyecta sobre un lienzo, inicialmente blanco y que independientemente de sus dimensiones se hará inmenso, los sueños de un demiurgo (el cineasta) hechos realidad. Tras dicho ritual colectivo (con o sin coloquio del tipo cine-fórum), volveremos todos los participantes al mundo exterior, que posiblemente hallaremos cambiado, puesto que nosotros también.
Es necesario recordar asimismo aquí, que la cotidianeidad es una de las etapas descritas por la referencial obra de Paul Schrader (1974) al respecto del estilo del cine trascendental en Ozu, Bresson y Dreyer. Una cotidianeidad que nos habla e interroga, e incluso asombra, en el mismo sentido que el alquimista del cine granadino Val del Omar nos refería en 1954, cuando afirmaba que “Lo extraordinario se encuentra en el seno de lo ordinario”.
Por todos estos motivos y otros más que iremos descubriendo durante el desarrollo del festival, en este 2024 Cinemística opta por situarse en la retaguardia de la vanguardia fílmica del marco internacional de festivales, un poco en el sentido que recientemente ha destacado Alice Letoulat en su estudio “Arcaismo e impureza” (2022) sobre el cine de Paradjanvov (este año es su centenario), Pasolini y Oliveira.
Una retaguardia apasionante pues, sin dejar de pertenecer a nuestro mundo/tiempo, que por definición es de vanguardia, no deseamos formar parte de su actualidad devoradora, sino vivir algo atrasados, en la inocencia propia de la infancia, y en la de un mundo en riesgo de desaparición, que hay que intentar retener y expresar poéticamente. Como dijo Sartre sobre Baudelaire: “Avanzar reculando todo lo posible, en al asiento de atrás de un coche que se nos lleva, intentando fijar nuestra mirada atrás y delante, en la carretera que se da a la fuga”.
Aunque por convención académica se nos educa que existió un "paso del mito al logos", el mito nunca se fue y sigue acompañando al ser humano. El relato según el cual la Filosofía surgió a partir del “paso del mito al logos” implica un punto de vista eurocentrista acerca de qué es considerado racional, que ha atravesado todo el pensamiento occidental con trágicas consecuencias para otras culturas. Sin embargo y en cierto modo, los mitos nos siguen fascinando más allá de una vida mecanizada y mercantilizada al extremo, con un cierto carácter balsámico que conforta y conecta con esa parte humana de las pasiones, los sueños, los deseos, la fantasía, el misterio, lo místico, lo inexplicable o indecible del relato existencial.